de/di Santos Domínguez Ramos
(trad. Marcela Filippi)
Se notaba en algunos presagios desolados,
en ciertas madrugadas
que la luz invadía con su guadaña blanca
por sorpresa, como arden los campos enemigos,
con cuchillas de fuego y tizones de acero.
Se sabía que una tarde caliente sonarían
las campanas de muerte y el miedo a los olivos
en la noche sin sueño, ni amanecer ni luna,
que bajaría la sangre por las calles en cuesta
como un río sin canciones ni desembocadura.
Se sabía que el silencio sería la voz del pánico,
otra forma de muerte, otro modo del miedo:
el idioma común del muerto y los mortales
y una antigua costumbre de días sin cosecha.
Y la memoria intacta
mandaba con temblor de hoja en otoño,
con números ofidios,
una señal oscura y un soplo de aire helado.
Era palese in alcuni desolati presagi,
in certe albe
che la luce invadeva con la sua falce bianca
di sorpresa, così come ardono i campi nemici,
con lame di fuoco e tizzoni d'acciaio.
Si sapeva che una sera calda avrebbero suonato
le campane a morte e la paura per gli ulivi
nella notte senza sonno, né alba né luna,
che sarebbe scorso il sangue lungo le strade in declivio
come un fiume senza canzoni né sbocchi.
Si sapeva che il silenzio sarebbe stata la voce del panico,
un'altra forma di morte, un'altro modo della paura:
il comune idioma del morto e dei mortali
e un'antica usanza di giorni senza raccolto.
E la memoria intatta
comandava con tremore di foglia in autunno,
con numeri ofidi,
un segnale oscuro e un soffio d'aria gelida.
(Del libro Principio de incertidumbre. XIV Premio Nacional de Poesía «Ciega de Manzanares», 2015. Huerga & Fierro editores)
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