de/di Luis Alberto de Cuenca
(trad. Marcela Filippi)
Todo tu cuerpo es un inmenso brote de espinas,
pero las aves siguen comiendo en tus manos
y cantan en el bosque como si nada.
Por las noches me enseñas el universo:
hoy han sido las costas de Islandia,
la Edda de Snorri y la promesa de Winland.
Como tu cuerpo está erizado de agujas,
necesito almohadones para amarte;
luego despierto enganchado a tus labios,
cuando el sol es un punto negro en el cielo.
Si hablas, tu voz es una cascada
que arrastra cadáveres y policías de uniforme.
Hablas en verso, como Ovidio y Lope,
como el precoz escaldo Egil Skallagrimsson.
A veces te interrumpo. Tus besos llevan oro,
como las Noches de Stevenson o de Mardrus.
Son algo tan brillante. Como una nueva infancia.
No sé si tu destino es catalogar manuscritos,
si has sido bibliotecaria en Alejandría.
Un día vi cómo perseguías a un jabalí en Dordoña
(esa noche soñé con el Monarca Oscuro).
Podría hacerte un lecho de lirios o de rosas,
aunque preferiría cubrirte de alacranes.
Luego descifraríamos papiros mágicos y emblemas.
No sé cómo decirte lo mucho que te amo.
Hace siglos que desaparecieron los torneos.
Jesús sigue muriendo cada día. Hasta cuándo.
Pero Clodoveo decía que el Gólgota no sería famoso
si él hubiese estado allí, en Jerusalén, con sus francos...
Antes leíamos novelas bizantinas, escuchábamos discos,
no encendías jamás la luz en el desván.
Me parecía haber vivido dos veces los momentos
y bebía del suave terminarse de tus ojos.
Algunos dioses se nos antojaban ridículos:
Júpiter, por ejemplo, todos los que mandaban.
Pero las ninfas de las fuentes, los elfos, los dragones,
Mae West y Miriam Hopkins compensaban la perdida.
Hacer versos, nadar, dar de comer a un pájaro,
ejercer de sportwoman como Diana Palmer.
Buscábamos tesoros en el jardín de tus abuelos,
bajo ese sol de Heráclito que sigue sin ponerse,
con una Jolly Roger ceñida a la cintura,
saqueando glorietas y naufragando en la piscina.
Y ahora que está aquí, mi amor,
tú que eres todas las mujeres,
no sé si voy a ser capaz
de recordarte y recordarme.
Todos vivimos, a la postre,
en una especie de prisión
de la que no podemos salir,
en la que nadie puede entrar.
Pero consta en el Libro Único
que, a pesar de espinas y agujas,
nos amamos alguna vez
y nos amaremos tú y yo.
Tutto il tuo corpo è un enorme germoglio di spine,
ma gli uccelli continuano a mangiare nelle tue mani
e cantano nel bosco come se niente fosse.
Di notte mi mostri l'universo:
oggi sono state le coste d'Islanda,
L'Edda di Snorri e la promessa di Winland.
Poiché il tuo corpo è irto di aghi,
ho bisogno di cuscini per amarti;
poi mi sveglio agganciato alle tue labbra,
quando il sole è un punto nero nel cielo.
Se parli, la tua voce è una cascata
che trascina cadaveri e poliziotti in divisa.
Parli in versi, come Ovidio e Lope,
come il precoce scaldo Egil Skallagrimsson.
A volte ti interrompo. I tuoi baci portano oro,
come le Notti di Stevenson o di Mardrus.
Sono una cosa così brillante. Come una nuova infanzia.
Non so se il tuo destino sia di catalogare manoscritti,
se sei stata bibliotecaria ad Alessandria.
Un giorno ho visto come inseguivi un cinghiale nella Dordogna
(quella notte ho sognato il Monarca Oscuro).
Potrei farti un letto di gigli o di rose,
anche se preferirei coprirti di scorpioni.
Poi decifreremmo papiri magici ed emblemi.
Non so come dirti quanto ti amo.
Gesù continua a morire ogni giorno. Fino a quando?
Ma Clodoveo disse che il Golgota non sarebbe famoso
se egli fosse stato lì, a Gerusalemme, con i suoi Franchi...
Prima leggevamo romanzi bizantini, ascoltavamo dischi,
non accendevi mai la luce in soffitta.
Mi sembrava di aver vissuto i momenti due volte
e bevevo dal delicato finire dei tuoi occhi.
Alcuni dei ci sembravano ridicoli:
Giove, per esempio, tutti quelli che comandavano.
Ma le ninfe delle fonti, gli elfi, i draghi,
Mae West e Miriam Hopkins compensavano la perdita.
Fare versi, nuotare, dare da mangiare a un uccello,
fare da sportwoman come Diana Palmer.
Cercavamo tesori nel giardino dei tuoi nonni,
sotto quel sole di Eraclito che non tramonta ancora,
con una Jolly Roger legata alla vita,
saccheggiando aiuole e naufragando in piscina.
E ora che sei qui, amore mio,
tu che sei tutte le donne,
non so se sarò in grado
di ricordare te e di ricordare me.
in una specie di prigione
dalla quale non possiamo uscire,
nella quale nessuno può entrare.
Ma dal Libro Unico si evince
che, malgrado spine e aghi,
una volta ci siamo amati
e ci ameremo io e te.
(Del libro Los mundos y los días. Poesía 1970-2009. Colección Visor de Poesía, 2019)
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