de/di Francisca Aguirre
(trad. Marcela Filippi)
Este mar no lo conoce nadie
salvo el propio corazón y su incierto destino.
Unas veces es xlaro y transparente,
otras turbio como las ciénagas.
Por él navegan barcos
llenos de pesadumbre,
llenos también de pájaros
posados en sus mástiles
y que jamás alzan el vuelo
sujetos por un miedo pegajoso
que los deja lacrados en sus puestos
de inútiles vigías.
Nadie sabe qué orilla aguarda,
lóbrega y desdeñosa
la llegada azarosa de estos barcos.
Viejos navíos
con la arboladura carcomida
por el salitre y la solana.
Sólo los polizones que los guardan
saben que la marea los arrastra,
los empuja implacable
hacia una arena
en la que sin remedio
acabarán varados.
Quietos.
Con las velas izadas, pero muertas.
La brisa sopla en otros mares.
Aquí sólo empuja el silencio.
Questo mare non lo conosce nessuno
tranne il proprio cuore e il suo incerto destino.
A volte è chiaro e trasparente,
altre torbido come le paludi.
Lo solcano navi
piene di tristezza,
piene anche di uccelli
posati sui loro alberi
e che mai prendono il volo
trattenuti da un timore appiccicoso
che li lascia sigillati nei loro posti
di inutili vedette.
Nessuno sa quale riva attende,
lugubre e sprezzante
l'arrivo casuale di queste navi.
Vecchie imbarcazioni
con l'alberatura corrosa
dalla salsedine e dal sole.
Solo i clandestini che le custodiscono
sanno che la marea le trascina,
le spinge implacabili
verso una sabbia
in cui senza rimedio
finiranno incagliate.
Quiete.
Con le vele spiegate, ma morte.
La brezza soffia in altri mari.
Qui spinge solo il silenzio.
(De La herida absurda. Bartebly Editores. Madrid 2006)
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