de/di Luis Alberto de Cuenca
(trad. Marcela Filippi)
Llevo en un ataúd, sobre los hombros, los restos de quién sabe quién. Prefiero no dejarlos en el maletero del coche. Además, no he podido aparcar, porque en el único sitio libre que había en el parking alguien había estacionado una mastaba egipcia con escenas del Libro de los Muertos en sus paredes.
Dejo el coche en mitad de la calzada y desciendo por una calle céntrica de mi ciudad con el ataúd a cuestas, cuando me encuentro con mi padre. Está muerto y es joven, como treinta años menos que yo; junto a él, de su brazo, una mujer tan joven como él y bastante atractiva. Ahogo un grito dentro de mí, con la almohada asesina que me proporciona el terror. Mi padre exhibe un bigotito negro y una expresión estúpida, y se para un momento al cruzarse conmigo, mirándome a los ojos con ojos fantasmales: «¡Si lo hubiésemos hecho mejor! Pero nadie puede volver atrás. Así están y estarán las cosas para siempre».
Quiero irme. Voy golpeando a los transeúntes con el ataúd que contiene los restos de quién sabe quién. Mi padre va quedándose atrás, con la chica cogida de su brazo, cada vez más pequeño, cada vez más lejano.
Porto in una bara, sulle spalle, i resti di chissà chi. Preferisco non lasciarli nel bagagliaio della macchina. Per di più, non ho potuto parcheggiare, perché nell'unico posto libero che c'era nel parcheggio qualcuno aveva posteggiato una mastaba egizia con scene del Libro dei Morti sulle sue pareti.
(De Los mundos y los días. Poesía 1970-2009. Colección Visor de Poesía. Madrid 2019)
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