lunedì 19 novembre 2018

ODA AL PERRO/ODE AL CANE

(trad. Marcela Filippi)
El perro me pregunta
y no respondo.
Salta, corre en el campo y me pregunta
sin hablar
y sus ojos
son dos preguntas húmedas, dos llamas
líquidas que interrogan
y no respondo,
no respondo porque
no sé, no puedo nada.
A campo pleno vamos
hombre y perro.
Brillan las hojas como
si alguien
las hubiera besado
una por una,
suben del suelo
todas las naranjas
a establecer
pequeños planetarios
en árboles redondos
como la noche, y verdes,
y perro y hombre vamos
oliendo el mundo, sacudiendo el trébol,
por el campo de Chile,
entre los dedos claros de septiembre.
El perro se detiene,
persigue las abejas,
salta el agua intranquila,
escucha lejanísimos
ladridos,
orina en una piedra
y me trae la punta de su hocico,
a mí, como un regalo.
Es su frescura tierna,
la comunicación de su ternura,
y allí me preguntó
con sus dos ojos,
por qué es de día, por qué vendrá la noche,
por qué la primavera
no trajo en su canasta
nada
para perros errantes,
sino flores inútiles,
flores, flores y flores.
Y así pregunta
el perro
y no respondo.
Vamos
hombre y perro reunidos
por la mañana verde,
por la incitante soledad vacía
en que sólo nosotros
existimos,
esta unidad de perro con rocío
y el poeta del bosque,
porque no existe el pájaro escondido,
ni la secreta flor,
sino trino y aroma
para dos compañeros,
para dos cazadores compañeros:
un mundo humedecido
por las destilaciones de la noche,
un túnel verde y luego
una pradera,
una ráfaga de aire anaranjado,
el susurro de las raíces,
la vida caminando,
respirando, creciendo,
y la antigua amistad,
la dicha
de ser perro y ser hombre
convertida
en un solo animal
que camina moviendo
seis patas
y una cola
con rocío.


Il cane mi chiede
e io non rispondo.
Salta, corre nella campagna e mi chiede
senza parlare
e i suoi occhi
sono due domande umide, due fiamme
liquide che interrogano
e io non rispondo,
non rispondo perché
non so, non posso fare nulla.
In piena campagna andiamo
uomo e cane.
Brillano le foglie come
se qualcuno
le avesse baciate
una ad una,
salgono da terra
tutte le arance
a formare
piccoli planetari
sugli alberi rotondi
come la notte, e verdi,
e cane e uomo andiamo
annusando il mondo, agitando il trifoglio,
attraverso la campagna del Cile,
tra le dita chiare di settembre.
Il cane si ferma,
insegue le api,
l'acqua irrequieta salta,
ascolta lontanissimi
latrati,
urina su una pietra
e mi porta la punta del suo muso,
a me, come un regalo.
È la sua tenera freschezza,
la comunicazione della sua tenerezza,
e lì mi chiede
con i suoi due occhi,
perché è giorno, perché verrà la notte,
perché la primavera
non ha portato nel suo cesto
niente
per cani erranti,
ma fiori inutili?
Fiori, fiori, fiori.
Così il cane
chiede
e io non rispondo.
Andiamo
uomo e cane insieme
nel mattino verde,
per l'eccitante solitudine vuota
in cui solo noi
esistiamo,
quest’unione di cane con la rugiada
e il poeta del bosco,
perché non esiste l’uccello nascosto,
né il fiore segreto,
bensì trillo e aroma
per due compagni,
per due cacciatori compagni:
un mondo inumidito
dalle distillazioni della notte,
un tunnel verde e poi
un prateria,
una folata d’aria di arancio,
il sussurro delle radici,
la vita camminando,
respirando, crescendo,
e la vecchia amicizia,
la gioia
di essere cane e di essere uomo
trasformato
in un sol animale
che cammina muovendo
sei zampe
e una coda
con rugiada.

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