de/di Alejandro Oliveros
(trad. Marcela Filippi)
TIBERIO (1)
Que se hunda Roma en las aguas del Tíber.
No importa. En esta isla amada por Augusto
me siento seguro. Ninguno de los vaticinios
de Trasilio se ha cumplido. Pobre adivino
que predice lo que no asusta. Hechos
sin importancia. Cuando advierto afiladas
hojas en las togas de los ciudadanos de Roma
y restos de cianuro en el vino que ofrecen
mis amigos, este profeta de pacotilla
observa estrellas moribundas y señales
confusas en los cielos de Oriente. ¿Qué puede
significar la muerte de un oscuro judío
en Palestina frente a la perfidia infinita
de los que me rodean? En esta isla
bendecida por la luz estoy a salvo.
Me he construido una villa inexpugnable.
Puedo observar desde estas soledades
todas las naves que se acercan. A simple vista
domino el panorama que se extiende de Sorrento
a Posílipo, Pompeya, Nápoles y Prócida.
Más allá está Cuma y la horrible Sibila,
la que anuncia desastres y nacimientos
de nuevos dioses. Algo relacionado
con César Augusto en las escalinatas
del Capitolio. En Roma donde todo
sucede. Y este mentiroso de Trasilio,
el más infeliz de los adivinos, quiere
que me ocupe de la muerte de un judío
en una polvorienta ciudad de Palestina.
TIBERIO (2)
Una transparencia de mármol rodea a Tiberio
en sus paseos por la isla encantada, su refugio
de las acechanzas y envidias de sus compatriotas.
En estos días espléndidos del mes de mayo
no es Roma lo que ocupa el pensamiento
del aventajado príncipe. Se trata de extrañas
señales, misteriosos sucesos que se han acumulado,
como nieve en las alturas de Orvieto, en este año
setecientos ochenta de la fundación de la Urbe.
La historia del marino de Paxos, una relación
inexplicable, una crónica sin sentido.
Voces dolientes que se apoderaron de la nave
diciendo: “Tatmos, cuando llegues a Butrebe
anuncia a todos que el dios Pan ha muerto”.
Tiberio camina por el más azul de los aires.
¿Es posible, acaso, que un dios muera?
He dado muerte a miles de hombres, traidores,
ladrones y enemigos del Imperio. Eran hombres,
hijos de mujer y debían morir, ¿pero un dios?
Cayo Tiberio César siente que la luz de Capri,
la más transparente de las luces de la tierra,
se introduce dolorosamente en su pecho.
Antes de la historia del marino de Paxos,
un liberto llegado del Oriente le habló de aquel
falso profeta crucificado en Palestina:
“Sus seguidores dicen que ha resucitado, César,
pero son gente inculta y supersticiosa”.
Una trasparenza di marmo circonda Tiberio
nelle sue passeggiate intorno all'isola incantata, il suo rifugio
dalle minacce e invidie dei suoi compatrioti.
In questi giorni splendidi del mese di maggio
non è Roma che occupa il pensiero
dell'invecchiato principe. Si tratta di strani
segnali, eventi misteriosi che si sono accumulati,
come neve sulle alture di Orvieto, in questo
anno settecentottanta di fondazione dell'Urbe.
La storia del marinaio di Paxos, una relazione
inspiegabile, una cronaca senza senso.
Voci addolorate che si sono impossessate della nave
dicendo: "Tatmos, quando giungerai a Butrebe
annuncia a tutti che il dio Pan è morto ”.
Tiberio cammina nel più blu dei cieli.
È possibile, forse, che un dio muoia?
Ho dato la morte a migliaia di uomini, traditori,
ladri e nemici dell'Impero. Erano uomini
figli di donna e dovevano morire, ma un dio?
Caio Tiberio Cesare sente che la luce di Capri,
la più trasparente delle luci della terra,
s'introduce dolorosamente nel suo petto.
Prima della storia del marinaio di Paxos,
un liberto giunto dall'Oriente gli parlò di quel
falso profeta crocifisso in Palestina:
"I suoi seguaci dicono che sia risorto, Cesare,
però sono persone incolte e superstiziose ”.
(de Espacios en fuga -Poesía reunida, 1974-2010. Colección La cruz del sur. Editorial Pre-Textos 2012)
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