Gustavo Adolfo Bécquer
(trad. Marcela Filippi)
Carta I
En una ocasión me preguntaste:
-¿Qué es la poesía?
¿Te acuerdas? No sé a qué propósito había yo hablado algunos momentos antes de mi pasión por ella.
-¿Qué es la poesía? -me dijiste.
Yo, que no soy muy fuerte en esto de las definiciones te respondí titubeando:
-La poesía es..., es...
Sin concluir la frase, buscaba inútilmente en mi memoria un término de comparación, que no acertaba a encontrar.
Tú habías adelantado un poco la cabeza para escuchar mejor mis palabras; los negros rizos de tus cabellos, esos cabellos que tan bien sabes dejar a su antojo sombrear tu frente, con un abandono tan artístico, pendían de tu sien y bajaban rozando tu mejilla hasta descansar en tu seno; en tus pupilas húmedas y azules como el cielo de la noche brillaba un punto de luz, y tus labios se entreabrían ligeramente al impulso de una respiración perfumada y suave.
Mis ojos, que, a efecto sin duda de la turbación que experimentaba, habían errado un instante sin fijarse en ningún sitio, se volvieron entonces instintivamente hacia los tuyos, y exclamé, al fin:
-¡La poesía..., la poesía eres tú!
¿Te acuerdas? Yo aún tengo presente el gracioso ceño de curiosidad burlada, el acento mezclado de pasión y amargura con que me dijiste:
-¿Crees que mi pregunta sólo es hija de una vana curiosidad de mujer? Te equivocas. Yo deseo saber lo que es la poesía, porque deseo pensar lo que tú piensas, hablar de lo que tú hablas, sentir con lo que tú sientes; penetrar, por último, en ese misterioso santuario en donde a veces se refugia tu alma y cuyo umbral no puede traspasar la mía.
Una volta mi hai chiesto:
Che cos’è la poesia?
Ti ricordi? Non so a quale proposito avevo parlato alcuni istanti prima della mia passione per questa.
Che cos’è la poesia? 'Mi hai detto.
Io, non sono molto bravo in questo sulle definizioni ti ho risposto esitante:
-La poesia è ... è ...
Senza concludere la frase, cercavo inutilmente nella mia memoria un termine di paragone, che non riuscivo trovare.
Tu avevi fatto avanzare un poco la testa per ascoltare meglio le mie parole; i neri riccioli dei tuoi capelli, quei capelli che sai bene liberare a loro piacimento per coprire d’ombra la tua fronte, con un tale artistico abbandono, pendevano dalla tua tempia e scendevano sfiorando la tua guancia fino a riposare sul tuo seno; nelle tue umide pupille azzurre come il cielo, brillava un punto di luce, e le tue labbra si socchiudevano leggermente all’impulso di un respiro profumato e soave:
I miei occhi, che, senza dubbio come conseguenza del turbamento che sperimentavano, avevano vagato un istante senza guardare nessun luogo, si sono dunque girati istintivamente verso i tuoi, e ho esclamato, alla fine:
La Poesia..., la poesia sei tu!
Ti ricordi? Ho ancora presente il grazioso cipiglio di curiosità burlata, l’accento combinato di passione e amarezza con cui mi hai detto:
Pensi che la mia domanda sia soltanto figlia di una vana curiosità di una donna? Ti sbagli. Io voglio sapere cos’è la poesia, perché voglio pensare ciò che tu pensi, parlare di ciò di cui tu parli, sentire con ciò con cui tu senti; penetrare, infine, quel misterioso santuario dove a volte si rifugia la tua anima, e la cui soglia la mia non può varcare.
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