de/di Rodolfo Serrano
(trad. Marcela Filippi)
Ese rostro me trae
recuerdos del pasado.
Se me acerca,
lejano y tan extraño, ya no es
el rostro aquel que me mataba
en las tardes de alcohol, hace mil años.
El tiempo nos deshace
la carne y embellece los recuerdos.
Esos labios, Dios mío, donde beber la vida,
la luz de aquellos ojos,
aquella piel de lluvia.
Y el pobre cuerpo mío
vencido ya y enfermo
que se yergue un instante en un esfuerzo inútil.
Al cruzarnos, alguno de los dos se detiene,
y mentimos, felices de habernos encontrado.
Ella dice sonriendo que no he cambiado nada.
Yo le contesto, amable,
que está tan guapa y joven
como lo ha estado siempre.
Hablamos de pavadas, de lejanos amigos.
Prometemos llamarnos y con cualquier pretexto
-un compromiso previo, una cita-, nos vamos
educados y tristes, sin volver la cabeza.
Quel viso mi porta
ricordi del passato.
Mi si avvicina,
distante e così strano, non è più
il viso che mi uccideva
nelle sere di bevute, mille anni fa.
Il tempo ci rovina
la carne e impreziosisce i ricordi.
Quelle labbra, mio Dio, dove bere la vita,
la luce di quegli occhi,
quella pelle di pioggia.
E il mio povero corpo
già sconfitto e malato
che si erge un istante in uno sforzo inutile.
Incrociandoci, uno di noi si ferma,
e mentiamo, felici di esserci ritrovati.
Lei dice sorridendo che non sono cambiato per nulla.
Io rispondo, gentile,
che è bella e giovane
come è sempre stata.
Parliamo di sciocchezze, di amici lontani.
Promettiamo di telefonarci e con qualsiasi pretesto
-un impegno previo, una data-, ce ne andiamo
educati e tristi, senza girare la testa.
(De El frío de los días. Hoy es siempre ediciones, Madrid 2021)
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