de/di Olalla Castro
(trad. Marcela Filippi)
Rueda el fruto árbol abajo y el bosque entero tiembla.
Mientras rasco la corteza de los árboles, me
pregunto si es final o es origen la materia
‒caparazón, cáscara, vaina‒ que recubre lo vivo;
pared o puerta la piel, cerco o cancela. De
vuelta a mi palacio, machaco las raíces hasta
volverlas polvo. Lo mezclo todo en ollas y
remuevo. Aún no lo sabéis, pero en este
movimiento circular estáis naciendo.
Oigo las naves atracar, la algarabía de quienes pisan
tierra después de mucho tiempo. Sentada en
mi trono, os espero. Asoman pequeños mis
pies bajo la túnica. Dejo que el cabello se
derrame sobre mis hombros y sonrío porque sé
que mi belleza os vuelve dúctiles, igual que el
calor reblandece la almáciga.
Espero el momento delicioso de elegir en qué tipo de
criatura convertiros. Mientras tanto, os
estudio despacio porque, cuando llegáis, el animal
ya está en vosotros. A los que miráis con recelo
el vino que os ofrezco os transformo en lobos
o en coyotes. Seréis leones los que entréis
en palacio con una daga oculta tras la
espalda, lechuzas los que intentéis disuadirme con
palabras, avestruces quienes echéis a correr
cuando mi varita transforme a los primeros;
cerdos (a qué mentir, casi siempre sois cerdos)
los que os abalancéis sobre la fuente
separando a bocados el hueso de la carne.
Venid a mí. Os concedo el olvido, un hogar nuevo.
Aquí aprenderéis el don de la mansedumbre,
a comer de mi mano sin morderla. Creedme,
esta vida es mejor que aquella que os aguarda
lejos de la isla. Os ofrezco la dicha de
abandonar el verbo. Os regalo el gruñido, un
lenguaje sin culpa. Ahora podréis apartar vuestras
manos de la hoja afilada, desviar la
trayectoria del golpe que invocabais antes en nombre
de la patria o de los dioses. Recordad: solo
los cerdos se revuelcan en el barro y siguen
inocentes. Os otorgo el hocico a ras de tierra,
perseguir el rastro de las cosas, hacer del olor
un código sin daño. Venid a mí: vuestra es esta
mancha tan pura, este charco tan limpio.
Precipita il frutto giù dall'albero e l'intero bosco trema.
Mentre gratto la corteccia degli alberi, mi
domando se è finale o origine la materia
‒guscio, scorza guaina‒ che ricopre ciò che è vivo;
parete o porta la pelle, recinzione o cancello. Di
ritorno al mio palazzo, pesto le radici fino
a farle diventare polvere. Mescolo tutto in pentole e
agito. Non lo sapete ancora, ma in questo
movimento circolare state nascendo.
Sento le navi che attraccano, il fracasso di chi calpesta
terra dopo tanto tempo. Seduta sul
mio trono, vi aspetto. Spuntano piccoli i miei
piedi sotto la tunica. Lascio che i capelli
cadano sulle mie spalle e sorrido perché so
che la mia bellezza vi rende duttili, come
il mastice ammorbidito dal calore.
Aspetto il momento delizioso per scegliere in quale genere di
creatura convertirvi. Intanto vi
studio lentamente perché, quando arrivate, l'animale
è già in voi. A voi che guardate con sospetto
il vino che vi offro vi trasformo in lupi
o in coyotes. Sarà leone chi entrerà
nel palazzo con una daga nascosta dietro la
schiena, gufi, quelli di voi che cercano di dissuadermi
con parole, struzzi quelli che correranno
quando la mia bacchetta trasformerà i primi;
porci (perché mentire, siete quasi sempre porci)
quelli che si avventano sul cibo
separando a morsi l'osso dalla carne.
Venite da me. Vi concedo l'oblio, un nuovo focolare.
Qui imparerete il dono della mansuetudine,
a mangiare dalla mia mano senza morderla. Credetemi,
questa vita è migliore di quella che vi attende
lontano dall'isola. Vi regalo la gioia di
abbandonare il verbo. Vi regalo il grugnito, un
linguaggio senza colpa. Ora potrete allontanare le vostre
mani dalla lama affilata, deviare la
traiettoria del colpo che invocavate prima in nome
della patria o degli dei. Ricordate: solo
i porci si rotolano nel fango e continuano
ad essere innocenti. Vi concedo il muso rasoterra,
inseguire la traccia delle cose, farne dell'odore
un codice senza danni. Venite da me: è vostra questa
macchia così pura, questa pozza così pulita.
(Del libro Las Escritas. XXI Premio de Poesía Vicente Núñez. Deputación de Cordoba Berenice, 2022)