de/di Eugenio Montejo
(trad. Marcela Filippi)
Hablan poco los árboles, se sabe.
Pasan la vida entera meditando
y moviendo sus ramas.
Basta mirarlos en otoño
cuando se juntan en los parques:
sólo conversan los más viejos,
los que reparten las nubes y los pájaros,
pero su voz se pierde entre las hojas
y muy poco nos llega, casi nada.
Es difícil llenar un breve libro
con pensamientos de árboles.
Todo en ellos es vago, fragmentario.
Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
de un tordo negro, ya en camino a casa,
grito final de quien no aguarda otro verano,
comprendí que en su voz hablaba un árbol,
uno de tantos,
pero no sé qué hacer con ese grito,
no sé cómo anotarlo.
Parlano poco gli alberi, si sa.
Passano la vita intera meditando
e muovendo i loro rami.
Basta guardarli in autunno
quando si incontrano nei parchi:
solo i più vecchi conversano,
quelli che ripartiscono le nuvole e gli uccelli,
ma la loro voce si perde tra le foglie
e molto poco ci giunge, quasi nulla.
E’ difficile riempire un breve libro
con pensieri di alberi.
Tutto in essi è vago, frammentario.
Oggi, per esempio, ascoltando un grido
di un tordo nero, già sulla via di casa,
grido finale di chi non aspetta un’altra estate,
compresi che nella sua voce parlava un albero,
uno dei tanti,
ma non so cosa fare con quel grido,
non so come scriverlo.
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