de/di Alejandro Céspedes
(trad. Marcela Filippi)
Lo que se nos presenta como nuestro
es una alegoría del olvido.
El calor de un asiento que acaba de dejarse,
su radiación, su irse, su desvanecimiento suavemente.
Dice Marcel Duchamp: «infraleve, adjetivo, no hacer nunca de ello un sustantivo».
Los infraleves son también las distintas apariencias
de aquello que se muestra como idéntico.
Cualquier analogía es infraleve, vuelve a decir Duchamp.
Es eso imperceptible que difiere en lo producido en serie.
Lo que queda en el molde de la pieza copiada,
la ausencia que ha emigrado de uno a otra.
Es lo que se ha escondido debajo de su aspecto.
Lo mismo y lo distante.
Lo correcto y lo enfermo. Lo arrugado y lo recto.
Lo que ansía lo plano de cuando fue rugoso.
Lo que cada uno envidia cuando lo tiene el otro.
El ruido que se duerme en brazos del silencio,
su despertar de golpe.
Las cajas de zapatos y su olor a humedad,
ese moho que vive sobre las fotos muertas,
la oscuridad de la que se alimenta.
Las perlas de un collar en blanco y negro
que aún tienen que esperar hasta la FRACCIÓN 10
para existir después de ser escritas.
La gratuidad de lo que apenas pesa.
El tiempo es un objeto. El objeto y su causa es infraleve.
La sombra de la aguja que marca los segundos.
Infraleve es la tela de una araña,
pero grave el insecto que tropieza con ella.
También lo son los ecos de su vuelo,
el recuerdo del vuelo mientras muere en la araña.
El dorso de lo simple y la complejidad de lo que es cierto.
El viajero que pierde en el último instante su tren es infraleve.
La mirada de aquel que espera su llegada en el destino
y ve el tren alejarse y el andén vacío.
El aire que despiden los huecos de las puertas giratorias.
El veloz intercambio entre lo que se ofrece a una mirada
y lo que permanece en la retina.
Lo que queda del mundo durante un parpadeo.
El roce de los párpados encima de la córnea.
El instante indecible en que algo se olvida.
Esa fugacidad de lo impensable
en la gravitación de lo pensado.
Aquello que sucede cuando ya no se espera
y se pierde al instante por azar o por miedo.
El calor que genera el propio miedo.
El vapor del aliento sobre el frío
mientras alguien se muere en otra parte.
Las dos expiraciones buscándose en el aire.
La lluvia, cada gota que pasa delante de los ojos.
La gota que en el suelo se reúne con otras.
Ese momento mágico del líquido que se estrella en lo sólido
y se esparce en astillas más pequeñas.
La inefabilidad que hay en lo sólido
cuando danza en el polvo sobre un rayo de sol.
Toda separación es infraleve y grave.
Lo que se pierde es un infraleve.
También a veces es lo que se gana.
La teoría cuántica aplicada a la ausencia,
la superposición, eso que hace posible
que tú sigas aquí después de haberte ido,
la existencia sincrónica de dos formas opuestas.
El maullido del gato en la caja de Schrödinger
muerto y vivo a la vez, igual que todos.
La transparencia es en su cualidad inaprensible un infraleve.
La oquedad que en el aire va dejando una bala
mientras busca a su víctima. Las plumas liberadas
por ese proyectil que alcanza a la paloma,
su viaje por el aire ya sin dueño.
El aire de Madrid metido en una caja
que se envía a Uruguay con una dirección que ya no existe
mientras alguien la espera en Buenos Aires.
Lo que queda en la lengua después de una palabra venenosa.
El veneno que absorben los oídos
en el reverberar de esa palabra.
El fluir de la savia por el tronco.
La amargura de un árbol que se tala.
El olor a resina de su alma.
Lo que se ve aumentado en una lupa.
Todo lo que es minúsculo y ahoga.
La mirada de un niño en un escaparate de juguetes.
El cristal, la ventana, el dentro/fuera.
La mano en el cristal. La mano en el cristal.
La mano en el cristal que va a empañarse
al principio de la FRACCIÓN 15.
Lo que el cristal de esa ventana absorbe
mientras se está mirando lo que hay fuera…
y se va.
Lo que se queda dentro sin poder traspasarlo.
El vaho que se fija a las ventanas,
la humedad que se escurre por el vidrio,
el surco de la gota que recorre dos mundos empañados.
La mano en el cristal. La mano en el cristal.
El llanto que divide el vaho en dos extrañas
islas de inexistencia.
El nombre que se escribe con la yema del índice
en una de esas islas separadas.
El irse diluyendo de los trazos.
El pájaro y la jaula,
los pájaros huidos,
la jaula sin el pájaro.
La oscilación del palo que conserva el impulso de la huida.
El vaivén de la puerta de la jaula.
Lo que existe, sin verse, entre lo que se elige y se rechaza.
Toda caricia es un infraleve,
el distinto gradiente de sus temperaturas.
Lo que aún sobrevive en el espejo
justo cuando dejamos de mirar.
Verte desembarcar sobre la noche unánime10
contra todo pronóstico mientras sueñas que late el corazón,
el corazón que sueña que funciona
mientras late en el sueño de otro corazón.
El corazón y su latido unánime
y postrero e inútil...
El hueco de tu rostro encima de la almohada
después de haberte ido.
El contorno de un perro que persiste en la hierba
tras haberse tumbado. La hierba incorporándose
tan sosegadamente de forma imperceptible.
La sombra que desea perdurar sobre el suelo
después de que la flor fuese cortada.
El hueco que se sigue imaginando lleno.
Una escalera con los peldaños rotos.
Los recuerdos del pie que la ha subido.
El humo de las llamas que la queman.
La decisión de hacerla prescindible.
El paisaje que está fosilizado
dentro de los ladrillos de una ventana tapiada.
El olor del café que se escapa en la orina.
Los sueños de grandeza de un seto recortado
y la satisfacción de las tijeras.
Los recuerdos del hueso de una sepia en la arena,
su añoranza del viaje y de la hondura.
El amor esculpido en un cuerpo de mármol,
las lágrimas halladas en un bloque de hielo
extraído a la fuerza de un glaciar que se funde.
La implacable tendencia a la inexactitud de las balanzas,
las dudas permanentes que tienen sus agujas
antes de decidir dónde posarse, la indecisión,
el tiempo y el espacio en el que oscilan,
las posibilidades que engendra el titubeo.
Lo que ocurre detrás de lo instantáneo.
Lo que ocultó ese instante en su afán de ser visto.
Lo que anhela ocurrir mientras se evita.
Los sueños de los fetos que se abortan.
El llanto que tenían ensayado
cuando viesen la luz por vez primera.
La fuerza del arrastre de un «te quiero».
La relatividad que curva su materia
y hace un nudo en la luz que lo traspasa.
Todo lo que resulta incalculable
y, sin embargo, nos da nuestra medida.
Lo que queda en nosotros de lo que ya perdimos.
La lucidez que nubla a los suicidas…
La certidumbre de saberse muerto
en el instante previo a ya no saber nada.
Ese momento prístino en el que te das cuenta
de que no es necesario saber nada.
Si hubiera una razón para morir, ¿sería esa razón un infraleve?
UNO
Ciò che ci viene presentato come nostro
è un'allegoria dell'oblio.
Il calore di un posto appena lasciato,
la sua radiazione, il suo andarsene, il suo svanire dolcemente.
Marcel Duchamp dice: «ineffabile, aggettivo,
non renderlo mai un sostantivo».
Gli ineffabili sono anche le diverse sembianze
di ciò che viene mostrato come identico.
Ogni analogia è ineffabile, dice ancora Duchamp.
È quel che è impercettibile che differisce da ciò che viene prodotto in serie.
Ciò che resta nello stampo del pezzo copiato,
l'assenza che è migrata dall'uno all'altro.
È ciò che è rimasto nascosto sotto la sua apparenza.
Lo stesso e il lontano.
Il giusto e l'infermo. Il rugoso e il retto.
Ciò che brama la piattezza di quando era rugoso.
Ciò che ciascuno invidia quando ce l'ha l'altro.
Il rumore che si assopisce tra le braccia del silenzio,
il suo risveglio improvviso.
Le scatole di scarpe e il loro odore d'umidità,
quella muffa che vive sulle foto morte,
l'oscurità di cui si alimenta.
Le perle di una collana in bianco e nero
che devono ancora aspettare fino alla FRAZIONE 10
per esistere dopo essere state scritte.
La gratuità di ciò che pesa appena.
Il tempo è un oggetto. L'oggetto e la sua causa è ineffabile.
L'ombra della lancetta che marca i secondi.
Ineffabile è la tela del ragno,
ma grave l'insetto che vi si imbatte.
Lo sono anche gli echi del suo volo,
il ricordo del volo mentre muore nel ragno.
Il dorso di ciò che è semplice e la complessità di ciò che è certo.
Il viaggiatore che perde all'ultimo istante il suo treno è ineffabile.
Lo sguardo di colui che attende il suo arrivo a destinazione
e vede il treno allontanarsi e il binario vuoto.
L'aria che rilasciano le fessure delle porte girevoli.
Lo scambio veloce tra ciò che si soffre a uno sguardo
e ciò che permane nella retina.
Ciò che resta del mondo in un batter d'occhio.
Lo sfioramento delle palpebre sulla cornea.
L'istante indicibile in cui qualcosa si dimentica.
Quella fugacità dell'impensabile
nella gravitazione di quanto si è pensato.
Quel che succede quando ormai non si aspetta più
e si perde all'istante per caso o per paura.
Il calore generato dalla paura stessa.
Il vapore dell'alito sul freddo
mentre qualcuno muore altrove.
Le due sparizioni si cercano nell'aria.
La pioggia, ogni goccia che passa davanti agli occhi.
La goccia che si riunisce con altre nel suolo.
Quel momento magico in cui il liquido si schianta contro il solido
e si sparge in schegge più piccole.
L'indicibilità che c'è nel solido
quando danza nella polvere su un raggio di sole.
Ogni separazione è ineffabile e grave.
Ciò che si perde è un ineffabile.
A volte è anche ciò che si conquista.
La teoria quantistica applicata all’assenza,
la sovrapposizione, ciò che rende possibile
che tu sia ancora qui dopo essertene andato,
l'esistenza sincronica di due forme opposte.
Il miagolio del gatto nella scatola di Schrödinger
morto e vivo allo stesso tempo, come tutti.
La trasparenza è nella sua qualità inafferrabile un ineffabile.
L'inconsistenza che lascia nell'aria un proiettile
mentre cerca la sua vittima. Le piume liberate
da quel proiettile che colpisce la colomba,
il suo viaggio in aria ormai senza padrone.
L'aria di Madrid messa in una scatola
che si spedisce in Uruguay con un indirizzo che non esiste più
mentre qualcuno l'aspetta a Buenos Aires.
Ciò che resta sulla lingua dopo una parola velenosa.
Il veleno che assorbono le orecchie
nel riverbero di quella parola.
Il fluire della linfa lungo il tronco.
L'amarezza di un albero tagliato.
L'odore di resina dalla sua anima.
Ciò che si vede ingrandito in una lente.
Tutto ciò che è minuscolo e affonda.
Lo sguardo di un bambino nello scaffale di giocattoli.
Il vetro, la finestra, il dentro/il fuori.
La mano sul vetro. La mano sul vetro.
La mano sul vetro che si appannerà
all'inizio della FRAZIONE 15.
Ciò che il vetro di quella finestra assorbe
mentre si guarda cosa che c'è fuori...
e scorre via.
Ciò che resta dentro senza poterlo trapassare.
Il vapore che si fissa alle finestre,
l’umidità che scorre lungo il vetro,
il solco della goccia che percorre due mondi appannati.
La mano sul vetro. La mano sul vetro.
Il pianto che divide il vapore in due strane
isole di inesistenza.
Il nome che si scrive col polpastrello dell'indice
su una di quelle isole separate.
Lo sbiadimento che va attenuando i tratti.
L'uccello e la gabbia,
gli uccelli fuggiti,
la gabbia senza l'uccello.
L'oscillazione del palo che conserva l'impulso della fuga.
Il via vai della porta della gabbia.
Ciò che esiste, senza essere visto, tra ciò che sceglie e ciò che si rifiuta.
Ogni carezza è un ineffabile,
il diverso gradiente delle sue temperature.
Ciò che ancora sopravvive nello specchio
proprio quando smettiamo di guardare.
Vederti sbarcare nella notte unanime
contro ogni previsione mentre sogni che il cuore palpita,
il cuore che sogna che funziona
mentre palpita nel sogno di un altro cuore.
Il cuore e il suo palpito unanime
ultimo e inutile...
L'incavo del tuo volto sul cuscino
dopo che te ne sei andata.
Il contorno di un cane che persiste nell'erba
dopo essersi disteso. L'erba che s'incorpora
così pacifica e impercettibile.
L'ombra che vuole perdurare sul suolo
dopo che il fiore è stato tagliato.
Il buco che continua ad immaginarsi colmo.
Una scala con i gradini rotti.
I ricordi del piede che le ha salite.
Il fumo delle fiamme che la bruciano.
La decisione di renderla prescindibile.
Il paesaggio che si è fossilizzato
dentro i mattoni di una finestra murata.
L'odore del caffè che fuoriesce nelle urine.
I sogni di grandezza di una siepe tagliata
e la soddisfazione delle forbici.
I ricordi di un osso di seppia sulla sabbia,
il suo desiderio del viaggio e della profondità.
L'amore scolpito in un corpo di marmo,
le lacrime trovate in un blocco di ghiaccio
estratto con la forza da un ghiacciaio che si scioglie.
L’implacabile tendenza all’imprecisione delle bilance,
i dubbi permanenti che hanno i suoi aghi
prima di decidere dove posarsi, l’indecisione,
il tempo e lo spazio in cui oscillano,
le possibilità che genera la titubanza.
Cosa succede dietro l'istantaneo.
Ciò che ha nascosto quell'istante nella smania di farsi vedere.
Ciò che aspira di accadere mentre lo si evita.
I sogni dei feti abortiti.
Il pianto che avevano sperimentato
dopo aver visto la luce per la prima volta.
La forza di trascinarsi di un «ti amo».
La relatività che curva la sua materia
e fa un nodo nella luce che lo trapassa.
Tutto ciò che risulta incalcolabile
cionondimeno, ci dà la nostra misura.
Ciò che rimane in noi di quanto abbiamo già perduto.
La lucidità che annebbia i suicidi...
La certezza di sapersi morti
nell'attimo previo del non sapere più nulla.
Quel momento inviolato in cui ti rendi conto
che non è necessario sapere nulla.
Se ci fosse una ragione per morire, quella ragione sarebbe un ineffabile?
(De Los Infraleves. Ediciones Liliputienses, octubre 2023)
―――――
10 J. L. Borges. Del poema «Las ruinas circulares»: «Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche»