martedì 17 luglio 2018

POEMA DE LOS DONES/POESIA DEI DONI

de/di Jorge Luis Borges (trad. Marcela Filippi P.) Nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche. De esta ciudad de libros hizo dueños a unos ojos sin luz, que sólo pueden leer en las bibliotecas de los sueños los insensatos párrafos que ceden las albas a su afán. En vano el día les prodiga sus libros infinitos, arduos como los arduos manuscritos que perecieron en Alejandría. De hambre y de sed (narra una historia griega) muere un rey entre fuentes y jardines; yo fatigo sin rumbo los confines de esta alta y honda biblioteca ciega. Enciclopedias, atlas, el Oriente y el Occidente, siglos, dinastías, símbolos, cosmos y cosmogonías brindan los muros, pero inútilmente. Lento en mi sombra, la penumbra hueca exploro con el báculo indeciso, yo, que me figuraba el Paraíso bajo la especie de una biblioteca. Algo, que ciertamente no se nombra con la palabra azar, rige estas cosas; otro ya recibió en otras borrosas tardes los muchos libros y la sombra. Al errar por las lentas galerías suelo sentir con vago horror sagrado que soy el otro, el muerto, que habrá dado los mismos pasos en los mismos días. ¿Cuál de los dos escribe este poema de un yo plural y de una sola sombra? ¿Qué importa la palabra que me nombra si es indiviso y uno el anatema? Groussac o Borges, miro este querido mundo que se deforma y que se apaga en una pálida ceniza vaga que se parece al sueño y al olvido.

Nessuno sminuisca a lacrima o rimprovero questa dichiarazione di maestria di Dio, che con magnifica ironia mi ha dato insieme i libri e la notte. Di questa città di libri ha reso padroni occhi senza luce, che possono soltanto leggere nelle biblioteche dei sogni gli insensati paragrafi che cedono le albe alla loro brama. Invano il giorno prodiga i suoi libri infiniti, ardui come gli ardui manoscritti periti in Alessandria. Di fame e di sete (narra una storia greca) muore un re tra fontane e giardini; io mi affatico senza rotta nei confini di questa alta e profonda biblioteca cieca. Enciclopedie, atlanti, l’oriente, e l’Occidente, secoli, dinastie, simboli, cosmi e cosmogonie brindano le mura, ma inutilmente. Lento nella mia ombra, la penombra vuota esploro col bastone indeciso, io, che immaginavo il Paradiso sotto le sembianze di una biblioteca. Qualcosa che certamente non si nomina con la parola caso, domina queste cose; un’altra ha già ricevuto in altre sbiadite sere i tanti libri e l’ombra. Errando attraverso le lente gallerie sono solito sentire con vago orrore sacro che sono l’altro, il morto, che avrà fatto gli stessi passi negli stessi giorni. Chi dei due scrive questa poesia di un io plurale e di un’ombra soltanto? Cosa importa la parola che mi nomina se è indiviso e uno l’anatema? Groussac o Borges, guardo questo caro mondo che si deforma e che si spegne in una pallida cenere vaga che somiglia al sogno e all’oblio.




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