Questa traduzione, di un testo autobiografico del Prof. Freddy Castillo Castellanos (Barquisimeto, 27/03/1950-12/12/2020), la dedico alla memoria di chi è stato per me un amico-maestro, al quale devo tanto. I suoi consigli sono stati così importanti che hanno contribuito ad arricchire e a migliorare la mia espressione nella traduzione:"approfondisci e verifica le fonti, studia sempre, leggi e rileggi, a voce alta. Tieniti lontana dal narcisismo, dalla vanità e dall'ego, solo così potrai concentrarti al meglio nella tua professione. Dubita anche delle certezze, leggi sempre di più...!" era solito dirmi. Il suo affetto e la sua fiducia, che per me sono stati un dono prezioso, lo hanno spinto a consegnarmi testi autobiografici, come questo, insieme a poesie e altro. Poiché sono consapevole che chi dedica tutta la sua vita alla scrittura -la considera una sorta di culto religioso; la cura e la tratta con sacralità- mi sento maggiormente onorata per aver ricevuto questo lascito.
domenica 28 marzo 2021
CON EL ABUELO/CON IL NONNO
En caravana los recuerdos pasan, como el tango. Pasan esta vez de la mano de mi abuelo, el único que llegué a conocer: el materno. Ocurrió que anoche vino a mi memoria una práctica suya en los últimos años de su vida, cuando tuve la fortuna de que permaneciera por varios meses en mi casa de la 17, bajo el cuidado de mi madre.
Además de leer durante casi todo la mañana la edición completa (o casi) del diario El Impulso, se devoraba antes un pequeño matutino que había comenzado a circular por los años finales de los sesenta. Un querido amigo y vecino, que se venía de Caracas, al igual que yo, a pasar vacaciones en Barquisimeto afirmó desde entonces que mi abuelo era “el único lector de El Informador que había en la ciudad”. Y añadió este pedimento: “Como no se limita a los titulares ni a las principales noticias y lo lee todo, merece que le regalen la suscripción”.
La imagen de mi abuelo con el diario en la mano, así como la frase exagerada de Ramón Guillermo Aveledo, aparecieron anoche ante una pregunta que me hice: “¿Hablé alguna vez con mi abuelo de política?”. Creo que no.
Mi abuelo se llamaba José Rafael Castellanos Colmenares y era natural de El Tocuyo, donde vivió hasta 1950. Ese año se vino a Barquisimeto como damnificado del terremoto y de sus terribles heridas culturales abiertas todavía. Había nacido en la penúltima década del siglo XIX y durante buena parte de su vida ejerció como tenedor de libros comerciales. De joven tuvo algunas veleidades escriturales que compartió con un amigo. Éste firmaba con el nombre de “Torres Blanca”, mientras él lo hacía con las iniciales de sus nombres de pila, antepuestas al apellido Castilla. Así, fue “J. R. Castillla” en las modestas publicaciones tocuyanas que hizo junto con su compañero Torrealba. Alternaba los versos con la guitarra. Amaba a Rubén Darío y leía a su paisano Bartolomé Losada, padre de los poetas Hedilio y Alcides. Que yo sepa, no se conserva texto alguno de esos entretenimientos literarios, que sólo supe por él y por Óscar, el más memorioso de todos mis tíos.
¿Pero, escuché alguna vez a mi abuelo hablar de política? Creo que no. Y no es que el tema le fuese indiferente. En la época de la dictadura de Gómez le dio apoyo y protección a su hermano menor, el poeta Antonio Castellanos, quien sí fue un político activo y figura destacada en las luchas que en Barquisimeto se libraron en pro de la democracia, a partir de la muerte del tirano. En 1946 debió votar con fraternal (o paternal) orgullo para escoger a su hermano Toño como diputado larense ante la legendaria Asamblea Constituyente que presidió el poeta Andrés Eloy Blanco y que produjo la Constitución que sirvió de marco a nuestras primeras elecciones presidenciales directas y universales, que Venezuela aprovechó para darse el lustre de elegir a su máximo novelista: Rómulo Gallegos, quien nueve meses después fue violentamente sacada de la presidencia por unos militares. Como ha recordado el poeta Rafael Cadenas, esos militares “derrocaron a Rómulo Gallegos sin avergonzarse”. Estoy seguro de que mi abuelo, que votó por Gallegos, lamentó con su serenidad de siempre ese duro golpe a la naciente democracia. Once años después, votaría por Betancourt. Pero de esto nunca hablamos. Lo sé por mi madre y por mi tío Óscar, cronistas como fueron de los silenciosos gestos de mi abuelo.
Mis conversaciones seguidas con él, en los tiempos en que era “el único lector de El Informador” (único lector de todas sus páginas, seguro), se limitaban a las anécdotas o a los comentarios acerca de algunos nombres que aparecían en el periódico. Recuerdo que le agradaba leer el nombre de una periodista de origen tocuyano, vinculada a la familia de comerciantes para quien él trabajó como contabilista mucho tiempo. Por esos años mi abuelo ya era un sordo consumado, pero un sordo que nos dispensaba la permanente cortesía de hablar pasito. Nos acercábamos a su oído menos dañado y se iniciaba un diálogo amable y lleno de humor, con anécdotas en las que nadie era zaherido ni maltratado. Una especie de alegría de la memoria lo acompañaba siempre. Lo acompañó hasta el último momento. Tuve la suerte de despedirme de él. Me acerqué a su lecho de enfermo, a finales de agosto de 1973. Me reconoció y me dijo, lúcido: “Estoy yéndome”. Le di un abrazo y me sonrió. Murió a los tres días: el 2 de septiembre.
Otra imagen suya que retomé hace unas horas, fue la que un amigo captó en el año 1971, durante una Semana Santa. Marianito Álvarez estaba pasando esos días en mi casa. Después de su infaltable (“inmancable” diría mi abuelo) jugo de naranja, Mariano salió conmigo a comprar cigarros. Cuando regresamos, vio a un anciano elegante, de traje oscuro, encorbatado, que salía de mi casa, erguido y firme.
-“¿A dónde va, abuelo?
-“Voy a orar” fue la respuesta.
Mariano estuvo repitiendo la escena por varios días en Caracas.
Hoy, en medio de esta catástrofe que vivimos, le pido a mi abuelo que siga orando por nosotros. Su hermosa sonrisa volverá un día de estos.
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Pido se me dispense esta bagatela. Me gustaría darle a la palabra "bagatela" el sentido musical que le habrían otorgado J.R. Castilla y Torres Blanca. Se lo doy. Tal vez la merezca.
Passano in carovana i ricordi, come il tango. Passano questa volta per mano di mio nonno, l'unico che sono riuscito a conoscere: quello materno. È accaduto che la notte scorsa mi è venuta in mente una sua pratica negli ultimi anni della sua vita, quando ho avuto la fortuna che rimanesse per diversi mesi a casa mia presso la 17*, sotto le cure di mia madre.
Oltre a leggere di mattina l'edizione completa (o quasi) del quotidiano El Impulso, divorava prima un piccolo giornale mattutino che aveva cominciato a circolare alla fine degli anni sessanta. Un caro amico e vicino, che veniva da Caracas, come me, per trascorrere le vacanze a Barquisimeto, affermò da allora che mio nonno era "l'unico lettore che c'era in città, di El Informador". E aggiunse questa richiesta: "Poiché non si limita ai titoli o alle principali notizie e legge tutto, merita che gli sia dato in regalo l'abbonamento".
L'immagine di mio nonno con il giornale in mano, così come la frase esagerata di Ramón Guillermo Aveledo, sono apparse ieri sera quando mi sono chiesto: "Ho mai parlato con mio nonno di politica?" Credo di no.
Mio nonno si chiamava José Rafael Castellanos Colmenares ed era originario di El Tocuyo, dove visse fino al 1950. Quell'anno arrivò a Barquisimeto in quanto vittima del terremoto e delle sue terribili ferite culturali, ancora aperte. Era nato nel penultimo decennio del XIX secolo e per gran parte della sua vita aveva lavorato come contabile commerciale. Da giovane aveva avuto alcune velleità scritturali che condivideva con un amico. Quest'ultimo firmava con il nome di "Torres Blanca", mentre lui lo faceva con le iniziali dei suoi nomi di battesimo, anteposte al cognome Castilla. Quindi, fu "J. R. Castillla ”nelle modeste pubblicazioni di Tocuyan che realizzò insieme al suo compagno Torrealba. Alternava i versi con la chitarra. Amava Rubén Darío e leggeva al suo paesano Bartolomé Losada, padre dei poeti Hedilio e Alcides. Che io sappia, non si conserva nessun testo di quegli intrattenimenti letterari, dei quali ho appreso soltanto da lui e da Oscar, il più memorioso di tutti i miei zii.
Ma ho mai sentito mio nonno parlare di politica? Credo di no. E non era che l'argomento gli fosse indifferente. Al tempo della dittatura di Gómez, diede sostegno e protezione al fratello minore, il poeta Antonio Castellanos, il quale, sì, fu un politico attivo e una figura di primo piano nelle lotte che si combattevano a Barquisimeto per la democrazia, a partire dalla morte del tiranno . Nel 1946 deve aver votato con orgoglio fraterno (o paterno) per scegliere suo fratello Toño come deputato Larense (dello stato di Lara) dinanzi alla leggendaria Assemblea Costituente presieduta dal poeta Andrés Eloy Blanco, che produsse la Costituzione che servì da cornice per le nostre prime elezioni presidenziali dirette e universali, in cui il Venezuela colse l'occasione per darsi il lustro di eleggere il suo più importante romanziere: Rómulo Gallegos, che nove mesi dopo fu violentemente rimosso dalla presidenza da alcuni militari. Come ha ricordato il poeta Rafael Cadenas, quei soldati "rovesciarono Rómulo Gallegos senza vergognarsene". Sono sicuro che mio nonno, che votò per Gallegos, lamentò con la sua solita serenità quel duro colpo alla nascente democrazia. Undici anni dopo, avrebbe votato per Betancourt. Ma di questo non ne abbiamo mai parlato. Lo so da mia madre e da mio zio Oscar, che furono i cronisti dei silenziosi gesti di mio nonno.
Le mie usuali conversazioni con lui, ai tempi in cui era "l'unico lettore di El Informador" (l'unico lettore di tutte le sue pagine, di sicuro), si limitavano agli aneddoti o ai commenti riguardo alcuni nomi che apparivano sul giornale. Ricordo che gli piaceva leggere il nome di un giornalista di origine di El Tocuyo, legato alla famiglia di mercanti per i quali egli aveva lavorato a lungo come contabile. In quegli anni mio nonno era già un sordo consumato, ma un sordo che ci elargiva la permanente cortesia di parlare piano piano. Ci avvicinavamo al suo orecchio meno danneggiato e si iniziava un dialogo amichevole e pieno di umore, con aneddoti in cui nessuno veniva offeso o maltrattato. Lo accompagnava sempre una sorta di allegria della memoria. Lo accompagnò fino all'ultimo momento. Ho avuto la fortuna di salutarlo. Mi avvicinai al suo letto di malato, alla fine di agosto del 1973. Mi riconobbe e mi disse, lucido: "Me ne sto andando". Gli diedi un abbraccio e mi sorrise. Morì dopo tre giorni: il 2 settembre.
Un'altra immagine di lui che ho recuperato poche ore fa, è quella che un amico aveva catturato nel 1971, durante una Pasqua. Marianito Álvarez stava trascorrendo quei giorni a casa mia. Dopo il suo inevitabile ("immancabile" direbbe mio nonno) succo d'arancia, Mariano uscì con me a comprare le sigarette. Quando siamo tornati, vide un anziano elegante, in abito scuro, con la cravatta, che usciva da casa mia, dritto e saldo.
- “Dove stai andando, nonno?
- "Vado a pregare" è stata la risposta.
Mariano ripeté la scena per diversi giorni a Caracas.
Oggi, in mezzo a questa catastrofe che stiamo vivendo, chiedo a mio nonno di continuare a pregare per noi. Il suo bel sorriso tornerà uno di questi giorni.
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Chiedo venia per questa bagatella familiare. Mi piacerebbe dare alla parola "bagatella" il significato musicale che J.R. Castilla e Torres Blanca gli avrebbero dato. Glielo do io. Talvolta lo meriti..
*17 è una strada di Barquisimeto
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